Mona Lisa Acelerada

miércoles, mayo 10, 2006

Las malas lenguas

Hace poco, en una lectura de poesía, un protopoeta me preguntó si creía que Las malas lenguas, como grupo, había dejado una huella en la literatura mendocina. Dando todos y cada uno de los nombres de esa feliz aventura de militancia y producción poética, sin dudar le contesté que sí. Teny Alós, Luis Abrego, Rubén Valle, Carlos Vallejo y yo. Que lo nuestro había sido un punto y aparte en medio del gran bostezo mendocino de ese momento. Al tiempo que lo exhorté a él y al grupo que representa, a hacer kilombo con insistencia y coherencia (los espasmos no sirven, ya se sabe), también dije que no me correspondía a mí hablar de la incidencia histórica de Las malas lenguas porque no tenía ni la más mínima intención de ponerme en profesora, en egópata ni de caer en la tentación del nepotismo ilustrado. Además, están los matices no menores que señala Teny en un post anterior y que siempre tengo muy presentes.

Antes de Las malas lenguas pasaban otras cosas que nadie recuerda. Las malas lenguas no salieron de la nada. Sobre el ´78, ´79 estaba la gente del "Sálvese quien pueda" y "Estamos vivos" (un intento aislado, liderado por Andrés Gabrielli y Pedro Straniero, que terminó con dos antologías, una bomba en la librería donde se juntaban y varios autoexilios, geográficos y poéticos). En el ´81, ´82, ´83 estábamos nosotros, Teny, yo, un puñado de amigos que se perdieron entre las noches, los días y la gran revista artesanal "Matinée". Así como salimos a pintar grafittis poéticos en plena dictadura o a colgar poemas de una piola con un broche en la vereda de la Subsecretaría de Turismo, nos pintaron los dedos y no con tinta verde. En el ´89 aparecieron Las malas lenguas.

Quince años después no todo es lo que parece (y mucho menos lo que parecía): en el grupo había dos estudiantes de Letras, dos estudiantes de Comunicación y un estudiante de Abogacía. Uno más pobre y patético que el otro. Hoy, los de entonces, ya no somos los mismos: somos tres periodistas, un bancario y un abogado. Con matices claro. Todos funcionando ad hoc, gociferando y haciendo lo que podemos. Todos igual de pobres y patéticos. Menos el abogado, que es patético, pero no pobre. Todos seguimos escribiendo con distinto fervor y desiguales resultados. Todos seguimos escribiendo desde/ por una oscura pasión que nos da mayor o menor felicidad personal. Todos nos repetimos sutilmente. O burdamente. Y claro, hemos crecido. El matiz entre crecer y envejecer (y no me refiero a las panzas ni a las canas sino a la biografía) no es sutil. Es una línea gruesa. Sería necio no reconocer que aquello que nos reunió ayer, hoy nos junta y nos separa con las mismas contradicciones de entonces sólo que mejor redactadas.